Isabel esperó en la calma de su casa. Se había lavado la cara, pero no pudo hacer nada para ocultar el enrojecimiento de sus ojos ni el agotamiento que se le había instalado en los huesos. Veinte minutos después, puntual como siempre, se abrió la puerta.
Jared estaba allí, y la expresión de su rostro, una mezcla de infinita preocupación y amor, fue todo lo que ella necesitaba. No llevaba la máscara del "comandante" ni la del CEO. Era solo Jared.
No necesitaron palabras. Él simplemente abrió los brazos, y ella se hundió en ellos. Fue un abrazo largo y silencioso. Isabel apoyó la cabeza en su pecho, respirando su aroma familiar a pino y a él, y sintió cómo la última coraza de tensión que le quedaba se derretía. Él la sostuvo con fuerza, un ancla en su tormenta, sus manos recorriendo su espalda en un gesto tranquilizador.
Cuando finalmente se separaron un poco, él le tomó el rostro entre las manos y la besó. El beso empezó con una ternura infinita, un beso para calmar el temblor que ella