KIERAN:
Muy pocas veces en mi larga existencia había sentido una furia tan hirviente como la que ahora me embargaba. Era algo crudo, visceral, animal. Mi Luna estaba siendo atacada. Y no por garras o dientes, sino a través de algo mucho más pérfido: un vínculo que alguien había osado crear con su esencia. Claris era mía. Nadie tenía derecho a tomar lo que es mío.
Elena intentaba explicarse, con preocupación, diciendo que probablemente Claris o su loba, Lúmina, había intentado sanar a alguien moribundo. Su instinto de cuidar y proteger al débil era parte de su naturaleza más básica... y, quizás, en algún momento, sin darse cuenta, esa persona se había aferrado a su energía vital. —Puede que no lo sepan, Kieran —dijo Elena, intentando apaciguarme, aunque inútilmente—. A veces estas conexiones se cre