CLARIS:
Lo miré seriamente con una leve sonrisa, aunque los latidos de mi corazón parecían levantar una tormenta dentro de mi pecho. Su gesto reflejaba culpa, y eso solo alimentaba mis sospechas.
—No hay nada que temer, Claris —dijo con seriedad, queriendo sonar convincente—. Tú eres mi Luna, mi única Luna, y nada de lo que hagas o sientas cambiará eso. Si quieres que se queden, bueno, así será. La casa es tuya y puedes hacer lo que quieras con ella.Sus palabras sonaban tan firmes y sinceras que mis pensamientos se volvieron una maraña de emociones difíciles de controlar. Los celos estaban ganando, y no pude evitar preguntar: —¿Y ellas? ¿Qué son para ti? —pregunté sin rodeos, mi pregunta cargada de inseguridad y rabia que no quería dejar salir, pero que me traicionaba.Kieran pareció congelarse por un