Florencia – Oficina secreta de Dante
La luz del amanecer apenas se filtraba por las rendijas metálicas del refugio subterráneo donde Dante operaba como el ojo invisible de Greco. Los monitores parpadeaban con líneas de códigos, transmisiones interceptadas y videovigilancia. Sobre la mesa de acero, descansaba el pañuelo blanco con bordes dorados... y, dentro de él, el diminuto transmisor que Rubí había intentado colar como si fuese un acto inocente.
Greco estaba de pie, con los brazos cruzados, la mandíbula tensa y la mirada fija en el dispositivo. A su lado, Dante no dejaba de teclear.
—¿Ya confirmaste la frecuencia? —preguntó Greco, con la voz grave.
—Sí. Lo conectaron a una red satelital privada. Es sofisticado, pero no imposible de intervenir. Lo mejor es que no saben que lo descubrimos.
Greco entrecerró los ojos. Una sonrisa oscura se dibujó en sus labios.
—Entonces vamos a darle algo que escuchar…
Dante levantó la vista, intrigado.
—¿Quieres desinformarlos?
—Quiero que crean que