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Capítulo 4: El Pacto de Sangre

La propuesta de Lysander resonó en el claro como el eco de un trueno. Aeric lo miró a los ojos, sintiendo una mezcla de temor y determinación. Sabía que enfrentarse al heredero de la Casa Corvus era una locura, pero también sabía que no podía retroceder. Su destino y el secreto del Omega dependían de ello.

"Acepto tu desafío", dijo Aeric con voz firme, a pesar del temblor que sentía en las rodillas.

Lysander sonrió con una expresión que Aeric no pudo descifrar. "¿Estás seguro?", preguntó. "No quiero que digas que no te advertí. Soy un guerrero experimentado, y no me contengo en la batalla".

"Estoy seguro", respondió Aeric. "Sé que no será fácil, pero estoy dispuesto a luchar por lo que creo".

Lysander asintió con la cabeza y desenvainó su espada. La hoja brilló a la luz de la luna, revelando su filo afilado y su superficie pulida. Aeric tragó saliva y se preparó para la batalla.

"Antes de comenzar", dijo Lysander, "debemos establecer las reglas. Lucharemos hasta que uno de los dos se rinda o quede incapacitado. No se permiten golpes bajos ni ataques por la espalda. ¿Estás de acuerdo?"

"De acuerdo", respondió Aeric.

Lysander adoptó una postura de combate, con la espada en alto y los ojos fijos en Aeric. "Entonces, que comience la batalla", dijo.

Con un grito de guerra, Lysander se lanzó contra Aeric, blandiendo su espada con velocidad y precisión. Aeric esquivó el primer golpe por poco, sintiendo el viento de la hoja rozar su rostro. Se dio cuenta de que Lysander era mucho más rápido y fuerte de lo que había imaginado.

Aeric intentó contraatacar, pero Lysander bloqueó todos sus golpes con facilidad. La espada de Lysander era como una extensión de su brazo, moviéndose con fluidez y gracia. Aeric se vio obligado a retroceder, defendiéndose desesperadamente de los ataques implacables de Lysander.

A pesar de su desventaja, Aeric se negó a rendirse. Sabía que debía encontrar una manera de superar a Lysander, si quería tener alguna esperanza de entrar al Castillo de las Sombras. Concentró su energía en sus sentidos, tratando de anticipar los movimientos de su oponente.

De repente, Aeric tuvo una idea. Recordó las enseñanzas de su abuelo Elara sobre el control de la energía y la conexión con la naturaleza. Cerró los ojos y respiró hondo, sintiendo la energía del bosque fluir a través de su cuerpo.

Cuando volvió a abrir los ojos, Aeric sintió una fuerza renovada. Su cuerpo se movía con mayor agilidad, su mente era más clara y sus sentidos estaban agudizados. Esquivó un golpe de Lysander y contraatacó con una patada rápida, golpeando a Lysander en el estómago.

Lysander retrocedió sorprendido, sintiendo el impacto del golpe. Aeric aprovechó la oportunidad y se lanzó contra él, atacándolo con una serie de golpes rápidos y precisos. Lysander bloqueó algunos de los golpes, pero otros lograron impactar en su cuerpo.

La batalla se intensificó, convirtiéndose en un torbellino de espadas y puños. Aeric y Lysander luchaban con todas sus fuerzas, sin ceder ni un centímetro. El claro se llenó de gritos de guerra, golpes de espada y el sonido de la respiración agitada de los combatientes.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Aeric logró desarmar a Lysander. Con un movimiento rápido, le arrebató la espada de las manos y la arrojó lejos. Lysander lo miró con incredulidad, sin poder creer que había sido derrotado.

Aeric apuntó su propia espada hacia el cuello de Lysander, preparándose para dar el golpe final. Pero en el último momento, dudó. No podía matar a Lysander. No podía quitarle la vida a otro ser humano, por mucho que lo mereciera.

Aeric bajó la espada y la arrojó al suelo. "Me rindo", dijo. "No puedo hacerlo".

Lysander lo miró con sorpresa, sin entender su decisión. "¿Por qué?", preguntó. "¿Por qué no me mataste? Tenías la oportunidad".

Aeric suspiró y se acercó a Lysander, extendiéndole la mano. "Porque no soy un asesino", dijo. "Creo que hay otras maneras de resolver los problemas. Y creo que tú y yo podemos ser amigos".

Lysander lo miró con desconfianza, pero tomó la mano de Aeric. Al tocar su mano, Aeric sintió una oleada de energía recorrer su cuerpo. Vio imágenes fugaces en su mente: el pasado de Lysander, su dolor, su soledad. Comprendió que Lysander no era un monstruo, sino una víctima de las circunstancias.

"Creo que tienes razón", dijo Lysander con voz suave. "Creo que podemos ser amigos".

Y así, en medio del claro iluminado por la luna, Aeric y Lysander sellaron un pacto de sangre. Un pacto de amistad, de lealtad y de amor. Un pacto que cambiaría sus vidas para siempre.

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