Años después, Lysander, ahora un líder canoso pero aún firme, contemplaba el valle iluminado por la luz de la luna. El Valle de las Almas Perdidas, una vez un lugar de oscuridad y desesperación, se había transformado en un centro de aprendizaje y sanación. El antiguo campo de batalla ahora albergaba jardines exuberantes, y las ruinas se habían convertido en escuelas donde jóvenes licántropos aprendían sobre magia, historia y el poder de la unidad.
La sociedad que Lysander había ayudado a construir prosperaba. Las antiguas rivalidades entre clanes se habían desvanecido, reemplazadas por una cultura de cooperación y respeto mutuo. Los licántropos trabajaban juntos, combinando sus habilidad