A medida que pasaban los años, Lysander sintió que su tiempo en este mundo se acercaba a su fin. Aunque su cuerpo comenzaba a debilitarse, su espíritu permanecía tan fuerte como siempre. Había vivido una vida plena, llena de amor, sacrificio y logros. Había visto el mundo transformarse ante sus ojos, y sabía que su legado perduraría.
Una noche, Lysander se encontraba sentado en el Jardín de las Almas Susurrantes, contemplando la belleza de la luna llena. El aire estaba lleno del aroma de las flores, y el silencio solo era interrumpido por el susurro de las hojas.
De repente, sintió una presencia a su lado. Se giró