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En el reino de Aethelgard, donde la magia fluye como savia a través de los árboles y la luna ilumina los corazones de los licántropos, Aeric creció en un mundo de susurros y secretos. Su hogar era un pequeño claro en el Bosque de las Lamentaciones, un lugar donde los árboles centenarios parecían guardar las memorias de generaciones pasadas. Allí, junto a su abuelo Elara, Aeric aprendió a escuchar la voz de la naturaleza, a sentir la energía que conectaba a todos los seres vivos y a comprender los dones que fluían por sus venas.
Elara era un hombre sabio y enigmático, con ojos que parecían contener la luz de las estrellas y manos que podían curar cualquier herida. Era él quien había enseñado a Aeric sobre el linaje de los Omegas, los licántropos con el don de la curación y la conexión con la vida, destinados a encontrar a su alfa verdadero y a traer equilibrio al mundo. Aeric escuchaba con fascinación las historias de su abuelo, imaginando un futuro donde él también podría usar sus dones para ayudar a los demás y encontrar a su propio compañero. Pero la vida de Aeric no era solo magia y fantasía. También estaba llena de responsabilidades y trabajo duro. Cada día, al amanecer, se levantaba para cuidar el Jardín de las Almas Susurrantes, un lugar mágico donde las plantas parecían tener vida propia. Allí, cultivaba hierbas medicinales, flores curativas y árboles frutales que proporcionaban alimento y sustento a su comunidad. Aeric amaba el jardín con todo su corazón, sintiendo una profunda conexión con cada planta y cada criatura que lo habitaba. Una tarde, mientras Aeric regaba las rosas lunares, escuchó un sonido extraño proveniente del interior del bosque. Era un gemido suave, como el lamento de un animal herido. Aeric sintió una punzada de preocupación en el pecho y, sin dudarlo, corrió en dirección al sonido. Se adentró en el bosque, esquivando ramas y saltando sobre raíces, hasta que llegó a un pequeño claro donde yacía un lobo herido. El lobo era grande y majestuoso, con un pelaje negro como la noche y ojos que brillaban con una intensidad salvaje. Tenía una herida profunda en una de sus patas traseras, y su respiración era entrecortada y débil. Aeric sintió una profunda compasión por el animal y, sin pensarlo dos veces, se acercó a él con cautela. "Tranquilo, amigo", dijo Aeric con voz suave. "No te haré daño. Solo quiero ayudarte". El lobo lo miró con desconfianza, pero no se movió. Aeric extendió su mano lentamente, ofreciéndole su energía curativa. El lobo pareció entender su intención y cerró los ojos, permitiendo que Aeric lo tocara. Aeric sintió una oleada de energía fluir a través de sus manos, conectándolo con el espíritu del lobo. Vio imágenes fugaces de su vida: la caza, la manada, la lucha por la supervivencia. También sintió su dolor, su miedo y su soledad. Aeric concentró su energía en la herida del lobo, sintiendo cómo se cerraba lentamente. Después de unos minutos, Aeric se apartó, exhausto pero satisfecho. La herida del lobo había sanado casi por completo, y su respiración era más regular. El lobo abrió los ojos y miró a Aeric con gratitud. Se levantó lentamente, moviendo su pata con cuidado, y luego lamió la mano de Aeric en señal de agradecimiento. Aeric sonrió, sintiendo una profunda conexión con el animal. "Espero que estés bien, amigo", dijo. "Ahora vete y cuídate". El lobo asintió con la cabeza y luego se adentró en el bosque, desapareciendo entre los árboles. Aeric se quedó allí, sintiendo la energía del bosque vibrar a su alrededor. Sabía que había hecho lo correcto al ayudar al lobo, pero también sentía una extraña inquietud en su corazón. Algo había cambiado en el bosque, algo se había movido en el equilibrio del mundo. Y Aeric sabía que su vida estaba a punto de cambiar para siempre. Al regresar al Jardín de las Almas Susurrantes, Aeric notó que su abuelo lo esperaba con una mirada seria en el rostro. "Aeric", dijo Elara con voz grave, "debemos hablar. El tiempo se acerca".






