Mundo ficciónIniciar sesiónPOV Martina.
La decisión me carcomía como ácido en las venas. No bastaba con la esperanza ciega, con el amor que aún latía en mi pecho como una herida abierta; necesitaba, pruebas, ciencia, algo tangible que rompiera la telaraña de mentiras que Manuela había tejido en su cerebro. Ordené a Marcela y Dante que convirtieran el refugio en un hospital clandestino: sala médica improvisada con equipos de última generación traídos en cajas negras —escáneres portátiles, monitores cardíacos, centrifugadoras para análisis de sangre—, camillas acolchadas, y un equipo de tres especialistas discretos, médicos que habían trabajado en zonas de guerra y sabían callar por el precio correcto. Nadie, absolutamente nadie fuera de nuestro círculo, podía saber que Santiago Montero respiraba de nuevo.
Durante dos dí







