Askeladd frunció el ceño con visible repulsión. Aquello que había escuchado le causaba verdadero asco. Había recorrido el continente dejando un rastro de rumores sobre su nombre, y ninguno lo pintaba como un santo. Sin embargo, jamás, ni una sola vez en su vida, se había dicho de él que forzara a una hembra.
Las que se acercaron y murieron por no soportar la salvajidad de Askeladd, fueron advertidas por él mismo, tal y como lo hizo con Azucena. Ninguna fue engañada, ni forzada, ni eran ignorantes a lo que podía pasar.
Askeladd conocía al reino de Asis y su tiranía. Sabía de su cultura opresiva, del puño de hierro con el que su rey gobernaba. Pero no conocía personalmente a Milord. Aun así, solo la idea de que ese lobo existiera y tuviera poder, lo enfurecía.
Elenya, por su parte, se sobresaltó ligeramente al escuchar el nombre de Milord. Fue como si una ráfaga de memoria la golpeara de frente.
—Claro... —murmuró Elenya, como si algo encajara en su mente—. El Rey Alfa Milord…
Askeladd