Olegda decidió que era el momento de dar un paso más en la dirección del perdón y la reconciliación. La situación de Emma había sido dolorosa y complicada para todos, pero Olegda sentía que el perdón y la bondad eran necesarios para avanzar. Así que, un día soleado, se dirigió a la casa donde Emma estaba cumpliendo su arresto domiciliario, decidida a tender una mano amiga.
Al llegar, Olegda tocó suavemente la puerta y esperó. Emma abrió con una expresión de sorpresa en su rostro. No esperaba visitas, y menos aún de Olegda.
—Hola, Emma —dijo Olegda con una sonrisa cálida—. ¿Puedo pasar? Me gustaría hablar contigo.
Emma dudó por un momento, pero luego asintió y la invitó a entrar. Se dirigieron a la sala de estar, donde Emma le ofreció una silla. Se sentaron frente a frente, en un silencio algo incómodo al principio.
—No voy a juzgarte ni a recriminarte por lo que pasó —comenzó Olegda, rompiendo el silencio—. Estoy aquí porque quiero que sepas que te he perdonado. Todos cometemos errore