Sombras en el Jardín

La oscuridad de la noche envolvía la residencia Montes, una villa moderna y blindada en las afueras de Madrid. Valeria se despertó de un salto cuando sintió la pequeña mano de Mateo sacudiendo su hombro.

Mamá... hay un hombre afuera susurró el niño, con sus grandes ojos oscuros llenos de una curiosidad que superaba al miedo. Está parado junto al gran roble, mirando hacia aquí.

El corazón de Valeria dio un vuelco. Su primer pensamiento fue en Isabella o en algún sicario enviado para amedrentarla, pero una intuición más profunda le dio un nombre: Sebastián.

Quédate aquí, mi amor. No te acerques a la ventana instruyó Valeria, su voz firme mientras se ponía una bata de seda negra.

Tomó su teléfono y activó las cámaras de seguridad. En la pantalla de alta definición, vio una figura alta y solitaria bajo la luz de la luna. Era él. Sebastián no llevaba su chaqueta de traje; su camisa blanca estaba desabrochada en el cuello y parecía un hombre al borde del colapso. No estaba haciendo nada, solo miraba hacia la habitación de Mateo con una expresión de dolor absoluto.

Valeria bajó las escaleras en silencio. Salió al jardín, sintiendo la hierba húmeda bajo sus pies. El aire frío de la noche no era nada comparado con la furia que sentía.

¿Has perdido la cabeza, Sebastián? su voz cortó el silencio como un látigo.

Sebastián se sobresaltó, pero no se alejó. Se giró hacia ella, y Valeria se detuvo en seco al ver su rostro. Sus ojos estaban inyectados en sangre y su mandíbula estaba tensa.

No podía irme a casa dijo él, su voz era un susurro ronco. No después de verlo. No después de lo que dijiste en el restaurante.

Es propiedad privada. Podría llamar a la policía y hacer que te arresten ahora mismo amenazó Valeria, cruzando los brazos. Vete, Sebastián. No tienes nada que hacer aquí.

Sebastián caminó hacia ella, ignorando la distancia de seguridad. Se detuvo a centímetros de su rostro, obligándola a mirar hacia arriba.

Dime la verdad, Valeria. Solo una vez. No me mires con ese odio, solo... dime la verdad suplicó él, y por primera vez en años, Valeria vio una grieta en su armadura de hielo... Ese niño, Mateo... ¿Es mi hijo?

Te di mi respuesta hoy respondió ella, aunque su pulso se aceleraba por la proximidad de su cuerpo. Es mi hijo. El hombre que me ayudó a criarlo, el hombre que estuvo allí cuando tú me humillaste, ese es su padre.

¡Mientes! rugió Sebastián, perdiendo el control. Agarró los hombros de Valeria con firmeza, pero sin lastimarla. Vi sus ojos. Vi cómo me miró. Es un De la Cruz, lo siento en mi sangre. Cada fibra de mi ser me dice que ese niño es mío.

¿Y qué si lo fuera? Valeria lo empujó con fuerza, logrando retroceder un paso. ¿Qué cambiaría, Sebastián? ¿Crees que puedes aparecer después de cinco años, pedir un perdón y que te entregue a mi hijo? Tú lo mataste el día que me echaste de casa. Para Mateo, su padre es un concepto, no un hombre como tú.

Sebastián retrocedió como si hubiera sido golpeado físicamente. El dolor de sus propias acciones pasadas era un veneno que finalmente estaba haciendo efecto.

Fui un estúpido, Valeria. Me cegaron las mentiras de Isabella, el orgullo... trató de explicar, pero ella lo interrumpió con una carcajada amarga.

No, no fuiste un estúpido. Fuiste un cobarde. Preferiste creer una mentira antes que confiar en la mujer que te amaba con todo su ser. Ahora, mírame Valeria se acercó de nuevo, esta vez con una mirada depredadora. Ya no te amo. Solo te desprecio. Y Mateo nunca sabrá quién eres.

En ese momento, la luz de la habitación de Mateo se encendió. El niño, incapaz de quedarse quieto, salió al balcón.

¿Mamá? ¿El señor de los gatitos está llorando? preguntó la voz inocente desde arriba.

Sebastián levantó la vista. Sus ojos se encontraron con los del niño. Mateo no le tenía miedo; lo miraba con una curiosidad inteligente. Sebastián sintió un nudo en la garganta que le impedía respirar. Era él. Era su hijo. No necesitaba un test de ADN, su alma se lo gritaba.

Valeria entró en pánico. No quería que Sebastián estableciera ningún vínculo.

¡Entra ahora mismo, Mateo! gritó, y luego se giró hacia Sebastián con los ojos llenos de lágrimas de rabia. Vete. Si vuelves a acercarte a mi casa o a mi hijo, juro por Dios que mañana mismo liquido todas tus empresas y te dejo en la calle, tal como hiciste conmigo.

Sebastián la miró por última vez. Había una nueva determinación en sus ojos, algo más peligroso que la simple curiosidad.

Puedes quitarme mi dinero, Valeria. Puedes quitarme mi imperio. Pero ahora sé que ese niño es mi sangre dijo él, retrocediendo hacia las sombras. Y no voy a parar hasta que ambos vuelvan a ser míos. No me importa cuánto tenga que arrodillarme o cuántas guerras tenga que ganar.

Sebastián desapareció en la oscuridad del jardín, dejando a Valeria temblando, no de frío, sino de miedo. El secreto que había guardado con tanto celo durante cinco años finalmente había sido descubierto por el hombre que más temía.

Al día siguiente, Valeria llega a su oficina y encuentra un ramo de rosas negras con una nota: "La guerra por el trono ha terminado, ahora empieza la guerra por mi familia. Nos vemos en el juzgado de familia a las 2 p.m." Sebastián ha solicitado una prueba de paternidad legal.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP