La sala de conferencias del laboratorio central de Madrid estaba sumida en un silencio sepulcral. El aire acondicionado zumbaba suavemente, pero para Sebastián, el sonido era como el rugido de una tormenta. Estaba sentado frente a una mesa de cristal, sus manos entrelazadas con tanta fuerza que la sangre había dejado de circular en sus dedos.
Frente a él, Valeria permanecía de pie junto al ventanal, mirando el tráfico de la ciudad con una indiferencia que lo aterraba. Ella no estaba allí para buscar un padre para su hijo; estaba allí para presenciar su ejecución emocional.
El Dr. Méndez, un hombre de cabello canoso y expresión grave, entró en la sala sosteniendo un sobre sellado con el logotipo oficial del laboratorio.
Sr. De la Cruz, Sra. Montes dijo el doctor, ajustándose las gafas. Tenemos los resultados de la prueba de histocompatibilidad y ADN mitocondrial. La cadena de custodia ha sido impecable y el margen de error es inexistente.
Sebastián sintió que el corazón se le subía a l