98. CONTINUACIÓN

Clío cruzó los brazos y se giró un poco, como si necesitara procesar más información. El ambiente se volvió densamente silencioso, y en ese momento, su mirada no era la de una mujer dolida ni enojada, sino la de alguien tratando de descifrar un rompecabezas complicado.

—¡Te lo juro, Clío! ¡Yo no sabía nada de esa droga! —aseguré con vehemencia al ver que me prestaba más atención—. Yo, cuando me metí contigo en el clóset, fue cuando sentí aquellas ansias locas de tener sexo; eran insoportables, mi miembro se irguió de tal manera que creía que se me iba a explotar. Traté de marcharme, pero fue entonces que pasó todo eso que acabas de contar. ¡Te juro, Clío, que intentaba aguantarme, pero no podía! ¡No quería hacerte daño, te lo juro! También todo lo que te decía era verdad. Me decía a mí mismo, en mi mente, que me casaría contigo, que te protegería.

—¿De veras pensabas eso, aún sin saber quién yo era? —preguntó ella, y un poco de sosiego llegó a mi alma.

Sentí un nudo formarse en mi gar
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