A medida que nos acercamos al umbral, el parloteo y las risas de los invitados llegan hasta mis oídos, y mi respiración se vuelve más superficial. Por un momento deseo detenerme, girar sobre mis talones y desaparecer, pero la cálida presión de la mano de Leonard en mi espalda baja, guiándome suavemente, me hace seguir adelante.
—Recuerde: no importa lo que pase —repite él al oído justo antes de cruzar la entrada—. Estoy con usted, Clío. Cuando cruzamos la puerta, todas las miradas parecen clavarse en nosotros. La tensión que se apodera de mis músculos es inmediata, pero siento que Leonard se inclina ligeramente hacia mí, como para recordarme su presencia, su apoyo. Respiro profundamente mientras avanzo a su lado. Todos ríen con las ocurrencias de David, que juega con las niñas. Brayan y Edna nos miran enseguida. —Disculpen la de