4. LA PROPOSICIÓN INESPERADA

La mirada de Jenri se detuvo un segundo en ella, seria y analítica, antes de responder con la misma cortesía, pero con una frialdad que parecía una barrera infranqueable.  

—No es necesario, señorita Lúa, pero muchas gracias por el ofrecimiento—dijo secamente.  

 Clío levantó una ceja, observando de reojo cómo su amiga intentaba mantener la compostura tras la respuesta desalentadora. Sin darle demasiadas vueltas, Jenri añadió con profesionalismo:  

—Ahora, síganme, por favor. Mi jefe las está esperando.  

 Una vez más, el asistente se adelantó, guiándolas con pasos firmes mientras ellas lo seguían en silencio. Lúa mordió el interior de su mejilla, resistiendo la tentación de soltar algún comentario para aligerar la incomodidad. Clío, sin embargo, no pudo evitar una pequeña sonrisa irónica en sus labios.  

—Deberías tomar notas de cómo lidiar con un bloqueo emocional —susurró con humor, inclinándose hacia Lúa mientras caminaban.  

—¡Oh, cierra la boca! —respondió su amiga, visiblemente abochornada pero agradeciendo internamente que Clío usara su burla suave para romper el hielo. En el fondo, la risa entre ambas era su arma más efectiva contra cualquier incomodidad. Pero, una vez más, el brillo jovial del momento se opacó al recordar por qué estaban allí: lo laboral exigía ponerse la máscara de acero que ambas llevaban.  

Se internaron en el edificio, dejando las emociones a un lado, al menos por ahora. Siguieron a Jenri por los pasillos impecables de aquella oficina que brillaba con un aura de control y profesionalismo absoluto. La sala de reuniones de Brayan los esperaba al final del recorrido, y fue él quien se puso de pie de inmediato al verlas cruzar la puerta. Se adelantó sonriente hacia Clío, quien apenas tuvo tiempo de dejar el bolso sobre la mesa antes de ser envuelta entre sus brazos.  

—¡Hasta que al fin decidiste venir a mi empresa, querida! —exclamó Brayan con su habitual tono animado, regalándole un abrazo cálido y un beso en cada mejilla.   Cuando la soltó, no pasó por alto su gesto divertido antes de girarse hacia Lúa. —Buenas tardes, señorita Lúa —la saludó con una ligera inclinación de cabeza, manteniendo su formalidad, aunque con una sonrisa afable.  

Clío rodó los ojos con una exageración deliberada, que no pudo evitar arrancarle una sonrisa a Edna, quien apareció detrás de él.  

—Hola, Brayan. ¡Cualquiera que te oye podría pensar que no nos vemos desde hace siglos! Almorcé con ustedes el domingo, ¿lo olvidaste? —respondió Clío con una sonrisa amplia, notando cómo el ambiente se relajaba a su alrededor.  

Edna, tan encantadora como siempre, avanzó también para saludarla, irradiando esa calidez natural que contagiaba a cualquiera. 

—No le hagas caso, Clío —dijo mientras la estrechaba en un abrazo—. Pero es verdad que nunca habías venido aquí desde que fundamos la empresa.  

 Clío rió, dejándose caer graciosamente en una de las sillas cercanas mientras observaba todo a su alrededor.

—¡Vamos! ¿Saben lo ocupada que estoy siempre? Apenas tengo tiempo para respirar —se justificó con cierto aire cómplice mientras se acomodaba—. Pero hoy no pudieron escapar de mí, ¿verdad? Aquí me tienen. ¿Qué es eso tan urgente que querían mostrarme?  

Edna y Brayan compartieron una mirada, de esas que solo se entienden entre cómplices de toda la vida. Fue Edna quien volvió a tomar la palabra, ladeando la cabeza con una sonrisa enigmática.  

—Siéntate, querida, por favor. Ya lo verás —dijo mientras hacía un gesto hacia la mesa, indicando el lugar preparado para ella.  

Brayan tomó asiento junto a su esposa, mientras Lúa se movía con destreza, sacando su computadora portátil y preparándose para tomar apuntes.  Clío observó el despliegue con una ceja enarcada, visiblemente intrigada.  

—Me están intrigando… ¿De qué se trata todo esto? —preguntó, ladeando la cabeza como si esperara alguna respuesta clara. Su tono se volvió un poco más impaciente—. ¿O es que me están montando alguna especie de escena? Porque esto no parece trabajo.  

Edna soltó una risita ligera y, casi de inmediato, levantó las manos como si tratara de calmar a la amiga.  

—Discúlpanos, amiga. Pero la verdad es que esta era la única forma que encontramos de que nos dedicaras algo de tiempo a solas —dijo con dulzura, mientras sus palabras adquirían un tono travieso al final—. Así que, Lúa, mi querida, cierra esa computadora y vete a pasear un rato.  

Lúa, sorprendida inicialmente, comprendió la indirecta al instante. Una sonrisa pícara iluminó su rostro mientras cerraba la computadora con rapidez y recogía sus cosas.  

—Muchas gracias, señora Edna. Ahora mismo obedezco —respondió con una teatralidad evidente, haciendo que incluso Brayan dejara escapar una risa breve.  

Sin más preámbulos, salió de la sala, casi al mismo tiempo que Clío volteaba hacia sus amigos con un gesto de incredulidad.  

—¿Y bien? Ahora estoy aún más intrigada. ¿Qué es lo que tanto quieren decirme que ni siquiera Lúa puede escuchar?  

Edna se inclinó ligeramente hacia adelante, posando su mano sobre la mesa mientras la miraba con seriedad, aunque sin perder su habitual ternura.  

—Es algo importante, Clío —dijo con suavidad, midiendo sus palabras.  

Brayan asintió, apoyándose en el respaldo de su silla. Su expresión, aunque más relajada, también parecía esconder algo de urgencia.  Clío los miró a ambos con expectación, un leve nudo formándose en su pecho. Podía sentir que esa conversación iba más allá de simples negocios o de un almuerzo común.

—Clío… —comenzó a hablar Brayan, con un tono que parecía cargar más de lo que las palabras inicialmente transmitían—. ¿Desde cuándo nos conocemos?

Ella lo miró, arqueando ligeramente una ceja, como intentando comprender hacia dónde quería ir con esa pregunta.

—Prácticamente de toda la vida, Brayan. Ustedes lo saben. —Respondió con naturalidad.

Edna, quien hasta ese momento había guardado silencio, se inclinó hacia adelante con un aire decidido.

—¿Confías en nosotros? —preguntó con suavidad.

—¡Claro que confío en ustedes! ¡Lo saben muy bien! —exclamó ella, algo impaciente. Miró a ambos con suspicacia, cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿De qué se trata todo esto? Acaben de decirme, me tienen intrigada.

Fue entonces cuando Brayan y Edna, como si lo hubieran ensayado, soltaron al unísono y con entusiasmo:

—¡Queremos que seas nuestra socia!

 Clío parpadeó, aturdida por lo abrupto del anuncio. Miró al matrimonio de sus queridos con una gran sonrisa y los brazos abiertos al terminar de realizar el anuncio.

—¡¿Qué?! —preguntó, todavía tratando de procesar lo que acababa de escuchar. 

—Querida amiga, hemos crecido mucho, muchísimo. Y ya no damos abasto con tantos encargos —explicó Edna con pasión—. Por eso pensamos que tú serías la persona ideal para compartir con nosotros la empresa.

 Clío los miró, pero no logró articular una respuesta inmediata. Sentía cada palabra rebotar en su cabeza mientras intentaba darle sentido a lo que acababa de oír. Ellos sabían lo ocupada que estaba con su propia trayectoria profesional, la importancia que tenía para ella lo que había alcanzado con tanto esfuerzo. Tenía sueños y planes, un proyecto personal que había ideado junto con Lúa. Pero no había llegado el momento, aún no.

Brayan, interpretando la confusión que comenzaba a reflejarse en sus ojos, se apresuró a intervenir.

—Clío, sabemos que esto es inesperado para ti —dijo con seriedad, aunque no sin un matiz de comprensión—. Pero lo que te ofrecemos no es solo un trabajo… Estamos hablando de algo más grande. Queremos que compartas la propiedad y las ganancias de nuestra firma. No serías una empleada, serías otra dueña. ¡Una igual!

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