La mirada de Jenri se detuvo un segundo en ella, seria y analítica, antes de responder con la misma cortesía, pero con una frialdad que parecía una barrera infranqueable.
—No es necesario, señorita Lúa, pero muchas gracias por el ofrecimiento—dijo secamente. Clío levantó una ceja, observando de reojo cómo su amiga intentaba mantener la compostura tras la respuesta desalentadora. Sin darle demasiadas vueltas, Jenri añadió con profesionalismo: —Ahora, síganme, por favor. Mi jefe las está esperando. Una vez más, el asistente se adelantó, guiándolas con pasos firmes mientras ellas lo seguían en silencio. Lúa mordió el interior de su mejilla, resistiendo la tentación de soltar algún comentario para aligerar la incomodidad. Clío, sin embargo, no pudo evitar una pequeña sonrisa irónica en sus labios. —Deberías tomar notas de cómo lidiar con un bloqueo emocional —susurró con humor, inclinándose hacia Lúa mientras caminaban. —¡Oh, cierra la boca! —respondió su amiga, visiblemente abochornada pero agradeciendo internamente que Clío usara su burla suave para romper el hielo. En el fondo, la risa entre ambas era su arma más efectiva contra cualquier incomodidad. Pero, una vez más, el brillo jovial del momento se opacó al recordar por qué estaban allí: lo laboral exigía ponerse la máscara de acero que ambas llevaban. Se internaron en el edificio, dejando las emociones a un lado, al menos por ahora. Siguieron a Jenri por los pasillos impecables de aquella oficina que brillaba con un aura de control y profesionalismo absoluto. La sala de reuniones de Brayan los esperaba al final del recorrido, y fue él quien se puso de pie de inmediato al verlas cruzar la puerta. Se adelantó sonriente hacia Clío, quien apenas tuvo tiempo de dejar el bolso sobre la mesa antes de ser envuelta entre sus brazos. —¡Hasta que al fin decidiste venir a mi empresa, querida! —exclamó Brayan con su habitual tono animado, regalándole un abrazo cálido y un beso en cada mejilla. Cuando la soltó, no pasó por alto su gesto divertido antes de girarse hacia Lúa. —Buenas tardes, señorita Lúa —la saludó con una ligera inclinación de cabeza, manteniendo su formalidad, aunque con una sonrisa afable. Clío rodó los ojos con una exageración deliberada, que no pudo evitar arrancarle una sonrisa a Edna, quien apareció detrás de él. —Hola, Brayan. ¡Cualquiera que te oye podría pensar que no nos vemos desde hace siglos! Almorcé con ustedes el domingo, ¿lo olvidaste? —respondió Clío con una sonrisa amplia, notando cómo el ambiente se relajaba a su alrededor. Edna, tan encantadora como siempre, avanzó también para saludarla, irradiando esa calidez natural que contagiaba a cualquiera. —No le hagas caso, Clío —dijo mientras la estrechaba en un abrazo—. Pero es verdad que nunca habías venido aquí desde que fundamos la empresa. Clío rió, dejándose caer graciosamente en una de las sillas cercanas mientras observaba todo a su alrededor. —¡Vamos! ¿Saben lo ocupada que estoy siempre? Apenas tengo tiempo para respirar —se justificó con cierto aire cómplice mientras se acomodaba—. Pero hoy no pudieron escapar de mí, ¿verdad? Aquí me tienen. ¿Qué es eso tan urgente que querían mostrarme? Edna y Brayan compartieron una mirada, de esas que solo se entienden entre cómplices de toda la vida. Fue Edna quien volvió a tomar la palabra, ladeando la cabeza con una sonrisa enigmática. —Siéntate, querida, por favor. Ya lo verás —dijo mientras hacía un gesto hacia la mesa, indicando el lugar preparado para ella. Brayan tomó asiento junto a su esposa, mientras Lúa se movía con destreza, sacando su computadora portátil y preparándose para tomar apuntes. Clío observó el despliegue con una ceja enarcada, visiblemente intrigada. —Me están intrigando… ¿De qué se trata todo esto? —preguntó, ladeando la cabeza como si esperara alguna respuesta clara. Su tono se volvió un poco más impaciente—. ¿O es que me están montando alguna especie de escena? Porque esto no parece trabajo. Edna soltó una risita ligera y, casi de inmediato, levantó las manos como si tratara de calmar a la amiga. —Discúlpanos, amiga. Pero la verdad es que esta era la única forma que encontramos de que nos dedicaras algo de tiempo a solas —dijo con dulzura, mientras sus palabras adquirían un tono travieso al final—. Así que, Lúa, mi querida, cierra esa computadora y vete a pasear un rato. Lúa, sorprendida inicialmente, comprendió la indirecta al instante. Una sonrisa pícara iluminó su rostro mientras cerraba la computadora con rapidez y recogía sus cosas. —Muchas gracias, señora Edna. Ahora mismo obedezco —respondió con una teatralidad evidente, haciendo que incluso Brayan dejara escapar una risa breve. Sin más preámbulos, salió de la sala, casi al mismo tiempo que Clío volteaba hacia sus amigos con un gesto de incredulidad. —¿Y bien? Ahora estoy aún más intrigada. ¿Qué es lo que tanto quieren decirme que ni siquiera Lúa puede escuchar? Edna se inclinó ligeramente hacia adelante, posando su mano sobre la mesa mientras la miraba con seriedad, aunque sin perder su habitual ternura. —Es algo importante, Clío —dijo con suavidad, midiendo sus palabras. Brayan asintió, apoyándose en el respaldo de su silla. Su expresión, aunque más relajada, también parecía esconder algo de urgencia. Clío los miró a ambos con expectación, un leve nudo formándose en su pecho. Podía sentir que esa conversación iba más allá de simples negocios o de un almuerzo común. —Clío… —comenzó a hablar Brayan, con un tono que parecía cargar más de lo que las palabras inicialmente transmitían—. ¿Desde cuándo nos conocemos? Ella lo miró, arqueando ligeramente una ceja, como intentando comprender hacia dónde quería ir con esa pregunta. —Prácticamente de toda la vida, Brayan. Ustedes lo saben. —Respondió con naturalidad. Edna, quien hasta ese momento había guardado silencio, se inclinó hacia adelante con un aire decidido. —¿Confías en nosotros? —preguntó con suavidad. —¡Claro que confío en ustedes! ¡Lo saben muy bien! —exclamó ella, algo impaciente. Miró a ambos con suspicacia, cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿De qué se trata todo esto? Acaben de decirme, me tienen intrigada. Fue entonces cuando Brayan y Edna, como si lo hubieran ensayado, soltaron al unísono y con entusiasmo: —¡Queremos que seas nuestra socia! Clío parpadeó, aturdida por lo abrupto del anuncio. Miró al matrimonio de sus queridos con una gran sonrisa y los brazos abiertos al terminar de realizar el anuncio. —¡¿Qué?! —preguntó, todavía tratando de procesar lo que acababa de escuchar. —Querida amiga, hemos crecido mucho, muchísimo. Y ya no damos abasto con tantos encargos —explicó Edna con pasión—. Por eso pensamos que tú serías la persona ideal para compartir con nosotros la empresa. Clío los miró, pero no logró articular una respuesta inmediata. Sentía cada palabra rebotar en su cabeza mientras intentaba darle sentido a lo que acababa de oír. Ellos sabían lo ocupada que estaba con su propia trayectoria profesional, la importancia que tenía para ella lo que había alcanzado con tanto esfuerzo. Tenía sueños y planes, un proyecto personal que había ideado junto con Lúa. Pero no había llegado el momento, aún no. Brayan, interpretando la confusión que comenzaba a reflejarse en sus ojos, se apresuró a intervenir. —Clío, sabemos que esto es inesperado para ti —dijo con seriedad, aunque no sin un matiz de comprensión—. Pero lo que te ofrecemos no es solo un trabajo… Estamos hablando de algo más grande. Queremos que compartas la propiedad y las ganancias de nuestra firma. No serías una empleada, serías otra dueña. ¡Una igual!Clío tragó saliva, un leve nudo formándose en su garganta. Sabía que, en teoría, lo que ellos planteaban sonaba como una oportunidad increíble. Sin embargo, algo en su interior, una especie de pulso silencioso, la instaba a no precipitarse. Necesitaba analizarlo, reflexionar con calma. Ambos la miraban con expectación, como si estuvieran seguros de que diría que sí de inmediato. Pero Clío no tomaba decisiones apresuradas, mucho menos si se trataba de negocios. Ella valoraba la lógica y la preparación por encima de cualquier emoción momentánea. Enderezándose en la silla, adoptó una postura profesional, decidida a no dejarse arrastrar por el entusiasmo del momento. —Me siento muy halagada de que piensen tan bien de mí, chicos —comenzó, eligiendo cada palabra con cautela, para no herir sus sentimientos—. Pero ustedes me conocen, soy… complicada para trabajar. Soy exigente, un poco inflexible. A veces me gana la frustración y termino chocando con todos si las cosas no salen como quier
El día de hoy ha sido agotador. He estado presionada por la cantidad de proyectos, y cuando pensé que había terminado, mi jefe me llamó para que sustituyera a una trabajadora que se accidentó y no pude negarme. Es una reunión muy importante. —Clío, estás tarde —me presiona Lua desde la puerta, con mi vestido en una mano y los papeles en otra. —Ya voy, Lua, no sé por qué el jefe me avisó con tan corto periodo —digo molesta, siempre es así con él. —Es que Larisa tuvo un accidente en el auto y se partió el brazo, ella era la que iba a ir. Pero esto para ti es fácil —sigue diciendo Lua sin dejar de ayudarme—. Ya llegó el taxi. —Está bien, está bien. Dame el vestido —no lo puedo creer, creo que no voy a poder meterme en él—. ¿Por qué compraste ese tan entallado? Y para colmo, con un cierre que cierra completo. —Clío, era el más elegante que tenían en la tienda de tu talla —contesta Lua sin hacerme caso, yo sé que lo compró a su gusto, no al mío—. Mira, te queda perfecto, toma los zapa
Nos adentramos en una sala de juntas repleta. La mayoría son hombres que, al verme, prácticamente me desnudan con la mirada. Una chica muy profesional hace las presentaciones. Cuando soy anunciada, me adelanto y hago mi presentación. Todo sale muy bien; al retirarse, los participantes felicitan a mi jefe y algunos a mí. — Muchas gracias, Clío, ha sido, como siempre, un trabajo impresionante —me dice mi jefe, sin perder su profesionalidad. — Gracias, señor, solo hago mi trabajo —respondo de igual manera. — Bueno, ahora que todo ha terminado, habrá una pequeña recepción en la planta baja. Relájese y vamos. Después, la llevaré personalmente a su casa —me habla respetuosamente, pero ni loca lo dejo llevarme; podría intentar algo al vernos solos en su coche. Por eso me apresuro a decirle: — No es necesario, señor. Tomaré un taxi. — Puedo llevarla, pero si lo prefiere así, no me voy a oponer —dice con la misma seriedad con que me ha tratado toda la noche.Estoy asombrada, realment
Esto debe ser el karma, no debía reírme de la desgracias de mi jefe. Me pego a la pared corriendo, mientras miro a Leonard, que trata de tapar la mancha en su pantalón mientras maldice una y otra vez que no puede hacer nada. —Señorita Clío, acérquese por favor —me llama. —No puedo señor, venga usted, necesito de su ayuda—. Le pido casi en una súplica. Él me mira y avanza, cubriendo con su mano el pantalón. —Señor, necesito que me dé su saco —balbuceo mirando a todas partes. —¿Mi saco? —se asombra y niega con la cabeza. —No puedo señorita, mire como me ha dejado esa chica, y todavía tengo que atravesar todo ese espacio hasta la salida. —¡Señor, mi vestido se ha abierto! —Susurro aterrada. —¿Qué quiere decir? —pregunta levantando una ceja. —¡El zíper de mi vestido se ha abierto, estoy completamente desnuda! —Repito maldiciendo a Lua por hacerme esto. —¡Por favor, ayúdeme! —A ver, dese la vuelta, a lo mejor no es tan grave —dice muy serio. —¡Lo es señor, lo es! —Digo mientras
Leonard guardó silencio con expresión dolida, pero no dijo nada más. El chofer, por indicación de Leonard, arrancó el coche. Mi jefe seguía sin articular palabra, mientras yo me hundía en el asiento de cuero, intentando que el saco cubriera lo más posible mi cuerpo.— Muchas gracias, señor, se lo agradezco mucho —dije, respirando aliviada y un poco avergonzada por lo sucedido antes—. Disculpe, estoy agotada.— No me lo agradezca todavía —respondió muy serio, sin mirarme—. Me temo que esta salida nos va a dar muchos dolores de cabeza a usted y a mí.Era la primera vez que lo veía comportarse de esta manera, y aunque había mostrado su otro yo por un momento, seguía siendo todo un caballero conmigo. Al llegar a mi casa, lo miré de soslayo.— Esta es mi casa, señor. Muchas gracias por todo —iba a bajar, pero me detuve y le pregunté—: ¿Quiere subir para poder regresarle su saco? Quizás pueda ayudarle a quitar la mancha de su pantalón.— Está bien, señorita, no se preocupe —se negó, para mi
Leonard miraba a Clío con desesperación; ya no sabía qué más hacer para que ella lo aceptara. Por más que lo intentaba, ella parecía inmune a sus encantos. Su mirada fría y sus rechazos constantes lo desarmaban, pero esta vez había decidido ir con todas sus fuerzas. Con determinación, se puso de pie, rodeó el buró que los separaba y, con un ademán solemne, se arrodilló frente a ella. Clío lo observaba inmutable, como si aquella escena fuera una rutina más. Leonard tomó su delicada mano entre las suyas y, mirándola directamente a los ojos con una intensidad desgarradora, confesó:—Te amo, Clío. Clío arqueó ligeramente una ceja, su rostro permanecía sereno. Se quedó allí mirando a su jefe hasta que soltó un suspiro.—¿Por qué me dices eso, Leo? —preguntó con un tono neutral, sin el más mínimo indicio de emoción.—Porque eres hermosa —respondió Leonard, esbozando una sonrisa cargada de nerviosismo y esperanza.La decepción cruzó fugazmente los ojos de Clío, quien apartó su mano tras un
Clío salió de la oficina caminando a paso firme, aunque no pudo evitar sentir una mezcla de enojo y frustración bullendo en su interior. ¿Por qué Leonard insiste en estar detrás de mí, cuando es evidente que lo detesto? pensó, mientras empujaba la puerta de su despacho. Entró y fue directamente al dispensador de agua. Necesitaba calmarse. Sirvió un vaso de agua fría y lo sostuvo entre las manos, tratando de sofocar el calor que se acumulaba en su cuerpo, no solo por el enfado, sino también por ese pequeño y molesto nerviosismo que él lograba despertar en ella. —¿Volviste a rechazar al jefe? —preguntó Lúa, su mejor amiga y asistente personal, quien acababa de entrar, aún sosteniendo la carpeta de pendientes del día. —Sabes muy bien que no lo soporto —respondió Clío, dejándose caer en una silla con un tono cargado de frustración—. Se cree que todas las mujeres debemos caer rendidas a sus pies como si fuera un dios griego o algo así. Lúa entrecerró los ojos, analizándola con una son
Lúa ladeó la cabeza, analizándola con ojos perspicaces, pero decidió no insistir. La conocía demasiado bien y estaba convencida que su amiga creía eso que le decía. —Bueno, espero que algún día encuentres a tu Brayan —cedió con una pequeña sonrisa. Sin embargo, pronto su rostro se iluminó con picardía, y añadió, en un tono burlón—: A mí, que me dejen con uno como Leo. Su cuerpo me enloquece, y si no sabe hablar, no me molesta mucho. Lo que importa es el trabajo que hace en la cama, ja, ja, ja, ja... Clío soltó una carcajada sincera, negando con la cabeza. Pensando que su amiga no tenía remedio. —¡Grosera, nunca vas a cambiar! —dijo, aunque no pudo evitar que una sonrisa cruzara su rostro. Lúa siempre tenía ese don para hacerla reír, incluso en los momentos más tensos. —Nada de grosera —respondió Lúa, moviéndose por la oficina como si la conversación fuera lo más casual del mundo—. Eso lo dices porque nunca has probado el dulce como se debe. El día que lo hagas, estoy segur