Sé que Clío está planeando algo por el modo en que me mira. Cuando llegamos a mi oficina, la dejo pasar, haciendo acopio de toda mi paciencia y fuerza de voluntad para que mi cerebro siga funcionando. La mando a sentar y yo me coloco detrás de mi escritorio, para sentir que algo me impide correr hacia ella. La miro. Está realmente seria.
—Ahora dígame, señorita Clío, ¿qué es eso tan serio que me tiene que decir? —pregunto, tratando de sonar normal y tranquilo. Ella guarda silencio un momento mientras se sienta en un sillón alejado y, esta vez, adopta una posición recta y nada provocativa. —Señor Leonard, debido a la gran cantidad de periodistas que vi hoy en la sala de conferencias, los cuales trataron de sabotear mi trabajo, me veo en la necesidad de anular el trato —dice con una firmeza que me hace saltar en mi silla—. No quiero seguir con esto. —¡¿Qué?! ¡Ah, no, señorita Clío! Usted no me puede hacer esto después de que he trabajado tan duro para hacerle c