Leonard me miraba como si su mente estuviese atrapada en algún otro lugar, navegando entre los recuerdos y los fragmentos de confianza que ahora parecían fracturarse frente a la revelación más estremecedora de todas. Su mandíbula se tensó, y un leve temblor recorrió los dedos que mantenía apretados contra los reposabrazos de su silla.
—¿Estás seguro de lo que estás diciendo, Henry? —preguntó al fin, en un susurro cargado de una mezcla entre temor e incredulidad. —Estoy seguro, señor. Esto es lo que Cintia confesó. Sé que es difícil de digerir, pero no podemos ignorar lo que está en juego. También le dijo que Lyssa había estado esperando todo el tiempo afuera del local para que se lo hicieran —seguí contando—. Así ella podría recogerlo, llevarlo al hospital, cuidarlo y despu&eacu