Clío me aprieta la mano, dándome un pequeño impulso de fuerza que solo yo puedo entender. Es una sensación reconfortante saber que, en medio de esta tormenta, no estoy solo, que alguien más está dispuesto a enfrentar todo esto conmigo.
—Eso es verdad —dijo mi hermano David, otra vez alterado—. Esas pruebas son testigos de que tú andabas buscando a una chica que violaste, y eso puede venirse al traste con esa entrevista. Pueden ser testigos en tu contra. En ese momento, se abre la puerta del despacho para dejar pasar a un señor con el cabello blanco y una enorme carpeta en sus manos que dice: —No creo que nadie pueda asegurar eso, señor David. Jamás dije para quién trabajaba. —¡Señor Conrado! Bienvenido —lo saluda David, quien parece ser el más afectado por lo que está pasando. Realmente, mi hermano