La observo, olvidado por un instante de todo el lío en que estoy. Incapaz de apartar mis ojos de los suyos. Hay algo en su postura, en la serenidad que ahora comienza a dibujarse en su rostro, que me indica que quizás estamos dejando atrás las sombras.
David camina de un lado a otro en la oficina, con el teléfono aún en la mano, como si necesitara hacer algo para calmar los nervios. —En lo que llega el detective —comienza a hablar Clío—, yo pienso, Leonard, que Henry y todos nosotros deberíamos hacer una especie de video entrevista, donde digamos todo eso con lujo de detalles. —Creo, cuñada, que Gloria es la especialista en eso —opina David, que sigue estando muy nervioso—. La llamaré en este instante. —No hace falta, amor, mírame, aquí estoy —dice Gloria, entrando intempestivamente—. Cuando llegué a