No sabía qué encontraría al ver a Elliot Gian Meyer. Tal vez respuestas, tal vez más preguntas. Pero lo que sí tenía claro era que este viaje era necesario para cerrar viejas heridas y, quizás, comenzar a sanar.
—Sí, ¿puedo verte? —pregunté enseguida, aunque no le había contado nada a mi esposo. Sabía que estaba demasiado atareado con sus propios padres. La vida era extraña, ambos creíamos que estaban muertos y ahora resulta que están vivos, y no solo eso: yo tengo otro padre. —¿Puede venir a visitarme? —¡Claro, hija, claro que sí! —exclamó con alegría. —¿Quieres que vaya ahora mismo? Estoy cerca. —Está bien, cuando llegues a la entrada avísame —dije muy seria. —Estoy en la entrada —respondió para mi sorpresa. &n