6

El Mercedes negro se deslizó por las calles vacías de la madrugada como un fantasma de metal y cristal. En el asiento trasero, Camila permanecía tan inmóvil que podría haberse confundido con una estatua. Sus manos descansaban sobre su regazo, perfectamente compuestas, pero sus nudillos estaban blancos por la presión que ejercía contra sus propios dedos.

Marcus conducía en silencio. Había aprendido a leer los estados de ánimo de su protegida en las pocas semanas que llevaba a su servicio, y esta noche, algo había cambiado. No era tristeza lo que emanaba de ella. Era algo mucho más peligroso: quietud absoluta.

Cuando llegaron a la mansión Montes, Camila no esperó a que él le abriera la puerta. Salió del vehículo con movimientos mec

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