Mundo ficciónIniciar sesiónLas horas pasaron en un borrón de sonrisas forzadas y brindis huecos. En el gran salón del palacio, la música orquestal llenaba el aire mientras cientos de invitados bailaban bajo candelabros de cristal que costaban más que pequeños países. Los flashes de los fotógrafos creaban destellos de luz como relámpagos artificiales.
Catalina participaba en el baile mecanicamente, sus brazos alrededor del cuello del príncipe mientras se movían al ritmo de una canción que no había elegido, en un baile que se sentía como una ejecución lenta.
Pero a mitad de una pieza musical, excusándose en susurros, salió del salón.
Sus pies descalzos, las mulas de satén le habían lastimado las ampollas hasta el sangrado, marcaban un camino silencioso a través de los pasillos de mármol del palacio. Sus dedos se aferraban a los bordes dorados de la arquitectura, buscando algo sólido en un mundo que se estaba desmoronando a su alrededor.
Encontró una sala vacía, una biblioteca privada con paredes de libros que nunca leería y una chimenea apagada que no le proporcionaría el calor que necesitaba. Se derrumbó sobre un sofá de terciopelo, sus manos temblorosas rasgando el velo de su vestido.
Las lágrimas llegaron sin anuncios, volcándose desde sus ojos azules como una presa que finalmente cedía bajo presión. Su maquillaje perfecto se corrió en líneas negras. Su cabello, que había sido peinado por media docena de especialistas, se desprendía de sus pines en hebras desordenadas.
"¿Por qué no lo amo?", preguntó al aire vacío. "¿Por qué en lugar de estar aquí, dentro del palacio más hermoso del mundo, lo único que siento es que estoy en una tumba de oro?"
Cuando finalmente dejó la biblioteca, el pasillo estaba iluminado por candelabros que arrojaban sombras danzarinas en las paredes. Sus pies se movían sin dirección, simplemente queriendo alejarse del ruido, del espectáculo, de la mentira que su vida se había convertido.
Fue al girar una esquina cuando el chocar con un cuerpo sólido la hizo caer.
Unas cálidad y grandes manos la sostuvieron antes de que pudiera golpear el suelo de mármol.
Cuando levantó la vista, vio unos ojos que la observaban con una mezcla de confusión y algo que se parecía demasiado a la culpa.
"Alejandro."
No supo quién se acercó primero. Tal vez fueron sus brazos los que se movieron, o tal vez fueron los de él. Pero de repente estaba siendo envuelta en el calor de su cuerpo, en el aroma familiar que la había perseguido cada noche durante mucho tiempo.
Sin palabras, sin explicaciones, sin nada excepto la comprensión de que este era el final de algo que nunca tuvo permiso para comenzar, él la besó.
El beso fue desesperado y violento, como si ambos estuvieran tratando de rescatarse mutuamente de un infierno. Sus manos se enredaron en su cabello, en el satén de su vestido, en cualquier parte de ella que pudiera agarrar. Catalina respondió con la misma furia, sus labios moviéndose contra los de él como si pudiera absorber alguna verdad que hiciera todo esto tener sentido.
Fue tanto un adiós como un castigo. Fue el final de un cuento de hadas que nunca debería haber comenzado.
Cuando finalmente se separaron, ambos sin aliento, Catalina supo que era hora de regresar. Regresar al baile, regresar al príncipe, regresar a la vida que había elegido y que ahora la estaba devorando desde adentro.
Lo que ninguno de los dos supo fue que una sombra se movió detrás de una columna de mármol mientras se separaban.
Camila había estado buscando a Alejandro para algo trivial; los anfitriones habían preguntado dónde estaba. Pero lo que encontró fue la verdad escrita en el beso que presenció entre su marido y su hermana.
No había celos en sus ojos. Solo traición silenciosa. Solo la comprensión de que aunque ella había firmado un contrato que la hacía su esposa, nunca sería la mujer a quien realmente deseaba.
Mientras observaba a Catalina alejarse corriendo de vuelta al salón de baile, con los labios rojos por el beso, Camila sintió algo cristalizarse dentro de ella. Algo frío, metálico, peligroso.
De vuelta en el gran salón, bajo los candelabros brillantes, Catalina se permitió exactamente dos minutos antes de regresar al lado del príncipe. En esos dos minutos, lloró en silencio en un baño privado, limpió su maquillaje, se reinventó.
Cuando salió, la princesa perfecta había regresado. Sonreía. Bailaba. Fingía que el mundo no se estaba rompiendo.
Pero cuando se arrodilló para recibir al principe como la sumisa esposa que debía ser para un hombre que la despreciaba, comprendió que la venganza y muerte serían sus unicos aliados para ser libre.







