#5

Ravenshield Manor.

Actualidad.

La puerta principal de la casa se abre de manera estruendosa, golpeando la pared de manera seca para luego que resuena por toda la estancia. Los empleados, que hasta ese momento se encontraban preparando la mesa para la cena, detienen de inmediato sus movimientos y conversaciones. La sorpresa los deja observando con ojos abiertos cómo Alexander sostiene la puerta mientras, tras de él, un hombre alto y de porte imponente entra con paso decidido, llevando en brazos a una mujer inconsciente.

La escena es tan repentina que nadie alcanza a reaccionar hasta que Alexander da las primeras órdenes:

—¡Llamen al médico, rápido! —Su voz resuena con autoridad haciendo que todos reaccionen.

El pelirrojo que carga a Siena no dice una palabra, solo sigue avanzando hacia las escaleras. Su respiración es rápida, sus manos firmes, pero en su pecho, el corazón golpea con fuerza y lo hace con un ritmo frenético que no logra comprender. Y es que tras seguir los gritos que llenaron el bosque tras el disparo fallido de Kristeen y encontrar a Alexander atendiendo a una mujer desconocida, no sabe porque la desesperación lo invadió de una forma tan violenta cuando su mirada dio con el rostro inconsciente de la pelinegra, fue como si una parte de sí mismo se hubiese quebrado.

A la par que él desaparece por el pasillo del segundo piso, Skye entra en la casa con Victoria en brazos. La niña solloza desconsolada, su voz temblorosa se alza contra las paredes mientras su voz deja ver su miedo.

—¡Mamá! ¡quiero a mi mamá! ¡Tía, por favor! —Skye la sostiene con fuerza, intentando calmarla entre lágrimas contenidas.

 Mientras una pelicastaña entra también, pálida y temblorosa, con las manos apretadas contra su pecho. La culpa se refleja en cada línea de su rostro. De sus labios no sale ni una palabra, pero su mirada fija en Victoria lo dice todo.

En la habitación, el alto deposita con cuidado a Siena sobre la cama. El contraste entre la palidez de su piel y las sábanas blancas lo agita un poco más. Conteniendo el aliento unos segundos, se obliga a moverse y hacer algo.

Sin pensarlo demasiado, se dirige al baño, toma una toalla limpia, la humedece y regresa junto a la cama. Sentándose en el borde, aparta con suavidad un mechón de cabello que cubre la herida al costado de la cabeza de Siena y coloca la toalla sobre ella, limpiando la sangre con delicadeza.

Alexander aparece en el umbral de la puerta poco después.

—Ya llamaron al médico —anuncia con tono firme pero lleno de preocupación por toda la situación.

—¿Cuánto tiempo?

—Unos cinco minutos.

El pelirrojo asiente sin levantar la vista. Su atención sigue fija en la herida la cual sigue limpiando con sumo cuidado, casi reverente.

Alexander lo observa en silencio, notando algo extraño en la expresión de su primo. Sabe lo caballero que puede ser, lo correcto, lo atento… pero no recuerda haberlo visto nunca tan vulnerable, tan visiblemente alterado. Ni siquiera después del accidente en el que perdió la memoria.

El silencio se instala entre ellos, roto solo por el sonido del agua goteando desde el grifo mal cerrado en el baño y el suave suspiro de la respiración de Siena.

Y entonces, mientras se acerca un paso más, Alexander lo observa con mayor detenimiento y es entonces cuando lo nota, el brillo en la mirada de su primo no es solo simple preocupación, es de genuina angustia.

—Franco… —pero su llamado queda en nada cuando la presencia del médico irrumpe en la habitación.

༻ O ༺

Las puertas del salón se abren de nuevo, esta vez dejando entrar una corriente de aire frío junto con las voces amenas de los recién llegados. El barón y Lady Margaret cruzan el umbral con un semblante feliz, felicidad que es sustituida por la confusión ante la escena que se muestra frente a ellos al entrar del todo en la estancia principal.

En el centro de la habitación, la pequeña Victoria llora desconsolada, su cuerpecito temblando entre los brazos de Skye quien busca calmarla con caricias a su cabello, pero la pequeña solo solloza una y otra vez:

—Quiero ir con mamá… —su voz saliendo totalmente quebrada—, por favor tía Skye, llévame con mamá…

A un costado, Kirsteen se encuentra en el sofá individual, con el rostro oculto entre sus manos. Sus hombros tiemblan al compás de un llanto silencioso que la consume.

—¿Qué está pasando aquí? —Lady Margaret adelanta a su esposo por un par de pasos, su voz quebrada por la inquietud que se respira.

Tanto Skye como la niña levantan la mirada al escucharla. La mayor parpadea varias veces, intentando ordenar las palabras que se amontonan en su garganta, pero antes de poder responder, Victoria vuelve a hablar entre sollozos:

—¡Mi mamá se murió!

El silencio cae como un peso sobre todos ante las contundentes palabras de la pequeña. El barón se queda petrificado, y Lady Margaret lleva las manos a su boca, ahogando un grito de horror. Por un instante, ambos sienten cómo el mundo se les desmorona. No pueden evitar pensar en todo lo que esa noticia implica.

—¿Qué… qué estás diciendo, pequeña? —susurra la mujer, acercándose con paso tembloroso.

Antes de que el pánico se adueñe por completo de la sala, Skye interviene con premura, acariciando la espalda de la niña para calmarla.

—No, no, no ha muerto —dice rápido, alzando la vista hacia los mayores—. Fue un accidente. Salimos a dar un paseo a caballo, y entonces… se escuchó un disparo. El caballo se asustó, Siena no alcanzó a calmarlo y cayó. Golpeó su cabeza… está inconsciente, pero el doctor ya fue llamado.

Lady Margaret deja escapar un suspiro entrecortado, su rostro aún pálido por el susto. El barón se pasa una mano por la frente, intentando ordenar sus pensamientos, si Kirsteen está allí, significa que su hijo también lo está, entonces ¿por qué no lo ve?

—¿Y Alexander? ¿Dónde está Franco?

Esa pregunta hace reaccionar brevemente a Kirsteen, la pelicastaña levanta la mirada y la fija en el barón. Sus ojos están rojos, las lágrimas aún corren por sus mejillas, pero se calma lo suficiente para hablar.

—Están arriba… —responde con un hilo de voz—. Con la chica… y el doctor.

El silencio vuelve a apoderarse del lugar, solo roto por el suave llanto de Victoria y el murmullo de Skye para calmarla. Lady Margaret se acerca para abrazar a la pequeña, mientras el barón les dedica a todas una mirada seria antes de dirigirse hacia las escaleras.

—No sabe cuánto le agradezco el haber venido tan pronto —asegura mientras acompaña al mayor hacia la estancia principal. Al llegar al borde de la escalera, se cruza con la mirada de su tío quien se encuentra al comienzo de esta, un simple gesto entre ambos basta para dejarle en claro que todo está bajo control.

༻ O ༺

Franco revisa la receta que el médico dejó, puede llamar a la farmacia del pueblo y pedir que las envíen, pero no quiere correr riesgos de que cometan algún tipo de error, así que, después irá el mismo a traerlas. Dejando el papel sobre la mesa de noche, observa a la pelinegra y vuelve a tomar asiento en el borde de la cama junto a ella.

Escuchar al médico decir que no es nada grave lo que ocurrió, sirvió para que sus nervios se calmaran un poco, pero su mente sigue dando vuelta en el que porque se siente tan preocupado por una total desconocida.

—Mmm.

Ese ligero quejido lo saca de sus pensamientos y como si fuera un instinto natural su mano se mueve hasta tomar la mano de Siena. Cuando los ojos de Siena comienzan a abrirse, su agarre se refuerza negado al soltarla, más aún cuando siente como la mano de ella hace el amago por apartarse de la suya.

—Duele —susurra llevando su mano libre hacia el punto palpitante en su cabeza—. ¿Qué pasó?

—Tu caballo se asustó y te tumbó —su tono busca ser calmado para no preocuparla más de lo necesario, algo que al parecer no logra pues siente como la mujer se tensa—. El médico ya te revisó, dice que no fue nada grave, pero deberás guardar reposo y tener tratamiento por unos días.

Siena no necesita abrir sus ojos para reconocer al dueño de esa voz, no cuando es la misma voz que escucho en más de una oportunidad susurrarle al oído, darle ordenes o hacerle inesperados cumplidos. Es la misma voz que ha escuchado más de una vez en sus sueños a lo largo de estos años. Abriendo sus ojos, espera que aquello no sea más que una de sus ilusiones vividas.

—¿Estás bien?

Pero no es una ilusión, es él, después de tantos años nuevamente está allí frente a ella.

—¿Franco? —extendiendo su mano libre toca el rostro del pelirrojo, la última confirmación de que no es un sueño.

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