Después de que mamá me dijo que mañana iríamos a montar en bicicleta, me quedé pensando en el dragón que le iba a enseñar a dibujar a Martín. Me levanté de la cama, cogí mis lápices y un papel, y empecé a dibujarlo: con escamas rojas, alas grandes y fuego saliendo de la boca. Cuando terminé, se lo guardé para dárselo a Martín al día siguiente.
A medianoche, escuché un ruido en el salón. Me levanté con cuidado y miré por la puerta — era tía Catalina, que había vuelto. Estaba hablando con mamá en voz baja.
"Yo no puedo creerlo," dijo tía Catalina. "Hoy ha sido el día más feliz de mi vida. Martín se rió todo el tiempo, la familia me aceptó... nunca pensé que esto fuera posible."
"Lo mereces, hermana," dijo mamá. "Tu has sufrido mucho, pero te has mantenido fuerte por Martín. Eso es lo que importa."
"Y Luis..." dijo tía Catalina, con voz suave. "Él me hace sentir segura, querida. Martín le adora, y yo también."
"Él es un buen hombre," dijo mamá. "Te va a querer mucho a ti y a Martín.