Pasaron tres meses desde que Ramón me golpeó por hablar de nuestro hijo. La situación ha empeorado: ahora me gritaba todos los días, me dice que soy una carga, que si no fuera por Martín se hubiera ido con Raquel hace tiempo. Aún sigue llamándola todos los días — lo escucho en el pasillo, le dice cosas bonitas, le pregunta por Sofía, le ofrece más dinero para que la niña tenga lo mejor.
"¿Cuándo vienes a verme, mi amor?" le escuché decir ayer. "Sofía te extraña, yo te extraño también ,con Catalina es un infierno, no aguanto más."
Yo me quedé en la cocina, llorando, mientras Martín me miraba desde la mesa. "Mamá, por qué lloras?" preguntó, con su voz pequeña y triste. "Papá no te quiere?"
Yo me acerqué a él y lo abracé. "Claro que me quiere, mi amor," le mentí. "Solo está cansado del trabajo."
Pero Martín no me creyó. "Yo lo escuché," dijo. "Dijo que tú eres un infierno. Y que solo quiere a Sofía."
Mi corazón se rompió en mil pedazos. Mi hijo de seis años ya entendía que su padre no le