— ¿Qué haces? —intenta zafarla— ¿A dónde me lleva?
—Deja de gritar, que no te voy a matar. No grites porque vas a llamar la atención.
—Pero... suéltame, no tienes por qué agarrarme como si fuera una niña pequeña.
—Lo eres —responde y abre una puerta que da acceso al sótano de la mansión.
—¡Ya basta! —Sofia se suelta de su agarre al cruzar la puerta—. ¿Para dónde me llevas? ¡Esto está oscuro! —lo mira con el ceño fruncido—. Tengo algo muy importante que hacer, pareciera que me fueras a llevar a un lugar donde me vas a encerrar —se cruza de brazos.
—¡A veces no te soporto, Sofia Mangano! —espeta y la carga como un bulto sobre su hombro derecho.
—¡Oye, suéltame! ¡Auxilio! —empieza a gritar ya temiendo por su vida. No le agrada la oscuridad en lo absoluto.
—¡Cállate! —la nalguea haciéndola sonrojar intensamente.
Di Napoli enciende la luz y abre la otra puerta.
—Llamaré... a alguien —dice preocupada, pero él le quita el móvil con mucha facilidad.
—¡Te odio! ¡Odio todo de ti!
—Ya somos dos