El cielo estaba cubierto por nubes densas, amenazando con lluvia, pero eso no detuvo la orden del Alfa. Lina se hallaba en el claro del bosque, cruzada de brazos, con el ceño fruncido mientras Kian se mantenía de pie frente a ella, inexpresivo como siempre.
—¿Y esto qué se supone que es? ¿Una caminata de reconciliación o una tortura medieval? —espetó Lina, sin molestarse en ocultar su sarcasmo.
—No tengo humor para tus comentarios, Lina —gruñó Kian, girándose hacia el sendero—. Es una orden de tu tío. No tienes opción.
Ella bufó, pero caminó tras él.
El bosque estaba húmedo, y el aire cargado de electricidad. Cada paso que daban parecía amplificar la tensión entre ellos. El roce de sus hombros al caminar lado a lado generaba chispas invisibles que se clavaban bajo su piel como agujas.
Lina intentaba no mirarlo, no respirar demasiado profundo para no absorber su aroma, pero era inútil. Su cuerpo reaccionaba a Kian como si tuviera vida propia. Cada vez que él se acercaba, su pulso se di