Cuando Kian habló por primera vez del “Vínculo de Luna”, casi me atraganto con el aire que estaba respirando.
“No puede ser real,” pensé.
Un lazo mágico prohibido que unía almas, poderes y destinos. Un compromiso más allá del amor, más allá del tiempo y el espacio.
Una cadena invisible, pero inquebrantable.
Él me miraba con esos ojos que siempre logran que dude de mi propia cordura, y dijo:
—Es nuestra única opción para enfrentarlo. Para que el fuego no me consuma a mí... ni a ti.
El cuarto estaba a oscuras, salvo por las luces plateadas de la luna colándose por la ventana.
Me estremecí. Este ritual era peligroso. Era la unión más íntima que un par de guerreros mágicos podía hacer, y estaba prohibido por ley ancestral.
—¿Estás seguro? —pregunté con voz entrecortada—. Esto puede unirnos, sí... pero también puede destruirnos.
Él sonrió, ese tipo de sonrisa que es una promesa y una advertencia al mismo tiempo.
—Prefiero arriesgarme contigo que morir sin ti.
Mis dedos se entrelazaron con