Zoe caminaba al lado de Arthur, con las manos entrelazadas. Su pulgar se movía lentamente sobre el dorso de la mano de él, en un gesto instintivo, casi inconsciente, de quien intenta transmitir calma y seguridad. Arthur, sin embargo, mantenía la mirada fija al frente, la mandíbula tensa y los hombros rígidos.
Al llegar frente al ventanal del área del recién nacido, Zoe notó que una enfermera, desde dentro del nursery, ya se había percatado de su presencia. Al reconocer a Arthur y a Otto, la mujer sonrió con suavidad e hizo un leve gesto con la cabeza.
Con movimientos silenciosos, para no despertar a los demás bebés, se acercó a la cuna de Clarisse y la tomó con delicadeza en brazos.
El pequeño bulto envuelto en rosa parecía aún más diminuto entre los brazos expertos de la enfermera. El modo en que la sostenía revelaba práctica, ternura y un respeto silencioso por la trascendencia de ese instante.
Otto, al ver de nuevo a su nieta tan de cerca, ajustó los lentes como si quisiera memoriz