Se detuvo un instante, y un suspiro profundo escapó de sus labios. Un lamento silencioso por una época que aún dolía al tocarla.
—Por eso, hija, nunca aconsejo que un matrimonio sea la solución para un embarazo inesperado —dijo Emma con la voz más firme, casi como una advertencia, una lección nacida del corazón.
Respiró hondo, intentando ordenar los pensamientos mientras luchaba contra la emoción que amenazaba con desbordarse.
—Después de que ella perdió el segundo embarazo, él intentó separarse. Pero... —su voz se quebró apenas por un momento— ella intentó suicidarse. Por eso él siguió en esa vida... por miedo a que lo hiciera otra vez, y no poder vivir con la culpa.
El silencio entre ellas era denso, pero lleno de significado. Las manos de Celina se extendieron hasta tomar las de su madre con firmeza, como si dijera: Estoy aquí. Puedes seguir.
Aquel simple gesto le dio fuerza a Emma, que sonrió con gratitud antes de continuar.
—Cuando cumplí diecisiete años, él me confesó lo que sen