Arthur la observaba como quien contempla su propio castigo. Sabía que merecía cada palabra. Pero lo que Zoe no sabía era que, todas las noches, él lloraba por dentro. Lloraba por ella. Por la vida que había perdido.
—Destruiste todo, Arthur. ¡Todo! —gritó ella, la voz quebrada—. Nuestra historia, mi amor por ti… la confianza. ¡Destruiste mi vida!
Él cerró los ojos, como si cada palabra abriera una nueva herida.
—Tú elegiste ir a esa despedida. Sabías perfectamente lo que Sabrina estaba haciendo. Y aun así decidiste acostarte con ella. No estabas drogado, todo eso es mentira. Falsificaste ese examen. Y ahora ella lleva a tu hijo. Un hijo que va a usar para atarte, para destruir lo poco que quedaba de mí.
Arthur no respondió. El pecho le subía y bajaba con esfuerzo. Quería decirle que también estaba destrozado, que no sabía cómo había dejado que todo se saliera de control. Pero Zoe tenía razón: no le había dado la oportunidad de elegir.
Zoe se acercó hasta el borde de la cama, los ojos