El cielo estaba encapotado aquella noche. Nubes grises se amontonaban como la presión en el pecho de Thor. Conducía como si cada segundo fuera precioso, como si cada latido lo empujara con más furia hacia aquello que necesitaba enfrentar.
—Maldito… hijo de puta… ¡esto se acaba hoy! —gruñó entre dientes, acelerando.
Mientras tanto, en el ático, Celina caminaba de un lado a otro como una leona enjaulada. El celular temblaba en sus manos, pero Thor no contestaba.
—Amor, por el amor de Dios… contesta… —su voz salía entrecortada, ahogada en lágrimas—. No me hagas esto… no vayas tras él…
Dejó que el teléfono resbalara de sus dedos, presionándose el rostro con las manos, el desespero desbordándola.
—¡Zoe, no contesta! —gritó, la voz rota—. ¿Qué hago? ¿Cómo voy tras él? ¿Por qué fui a ver esa maldita grabación? Si le pasa algo a Thor… —respiró hondo, sollozando— la culpa va a ser mía…
—Celina, cálmate… —Zoe intentaba contener su propia angustia, pero sus ojos delataban el miedo—. Estoy intent