Al salir de la universidad, Thor fue directo a casa. El camino hasta la mansión se le hizo más largo de lo habitual, como si la ansiedad por ver a Celina ralentizara el tiempo. Cuando por fin estacionó en la enorme cochera, lo recibió el fiel mayordomo, con su serenidad de siempre.
—¿Dónde está Celina? —preguntó Thor, acelerando el paso, como si su cuerpo la reclamara.
—La señora Celina está dormida, señor Thor —respondió el mayordomo con una leve sonrisa.
Thor frunció el ceño, sorprendido. Consultó el reloj: casi las once de la mañana.
—¿Todavía duerme a esta hora sin haber comido?
El mayordomo, siempre atento, explicó:
—Se levantó temprano, tomó el desayuno y dijo que volvería a descansar un poco. Sabía que usted llegaría por la tarde.
El corazón de Thor se calentó con el cuidado de Celina al respetar el horario que él le había mencionado. Sin perder tiempo, subió las escaleras y fue directo al dormitorio. Al empujar la puerta, se encontró con una escena capaz de hacer olvidar cualq