El cielo de Nueva York estaba cubierto por nubes pesadas cuando Thor bajó del coche con pasos firmes y decididos. El viento frío de la mañana agitaba la bastilla de su abrigo oscuro mientras cruzaba el patio de piedra de un imponente edificio.
El sonido de sus zapatos resonaba en los pasillos de mármol, pesado, firme, como si cada paso cargara el peso de una decisión impostergable. Thor avanzaba con determinación, ignorando las miradas curiosas de quienes pasaban. Sus ojos, fríos como el acero, estaban fijos en una única dirección, y nada parecía capaz de desviarlo de su propósito. Su corazón latía con un torbellino de emociones que mantenía bajo férreo control. El lugar era elegante, con paredes adornadas por retratos de escritores célebres y una atmósfera solemne, pero el ambiente se sentía pequeño frente a la intensidad que Thor llevaba dentro.
Al llegar ante una puerta robusta, golpeó solo una vez antes de girar el pomo y entrar sin esperar permiso. Sus ojos se encontraron con los