Ambos se quedaron dormidos allí, en esa posición que parecía protegerlos del mundo.
Dos horas después, Celina despertó primero. La luz del atardecer ya entraba con delicadeza en la habitación. Su corazón latía despacio, acompasado con el de él. Miró el rostro de Thor, aún dormido, y permaneció así largos minutos, observando cada detalle: las cejas levemente fruncidas, como si incluso dormido cargara el peso de demasiadas preocupaciones; la quijada fuerte, la respiración profunda.
Cuando él se movió levemente, en un suspiro, ella se acurrucó aún más. Como una niña que encuentra refugio en el calor de un abrazo. Cerró de nuevo los ojos, respirando su olor.
Thor despertó alrededor de las seis de la tarde. Abrió los ojos despacio, intentando entender dónde estaba. El peso ligero de Celina sobre su pecho aún lo mantenía en un estado de paz que hacía tiempo no sentía. Miró la mesilla de noche, tomó el móvil. Al ver la hora, se incorporó con cuidado.
—Celina… —susurró, acariciando su cabello