Después de que la enfermera salió, el silencio se instaló. Celina miró la bandeja, intentó acomodarse mejor en la cama y tomó la cuchara con un ligero temblor en las manos. Removió la sopa, observó las verduras flotando en el caldo ralo y, tras llevarse una sola cucharada a la boca, frunció el ceño. Soltó la cuchara en el platito de plástico con un suspiro, dejando caer los hombros.
—No puedo… —murmuró.
Thor observaba cada gesto de ella con atención. Se sentó en la punta de la cama, frente a ella, y apoyó los antebrazos sobre las rodillas.
—Celina… tienes que alimentarte —su voz salió baja, pero firme—. Por ti. Por el bebé.
Ella lo miró, con los párpados un poco pesados, el rostro pálido, pero con ese brillo en los ojos que delataba que tenía las emociones a flor de piel.
—No quiero. Esta comida sabe a papel mojado.
—Lo imagino… pero es importante. —Thor se acercó un poco más, tomó la cuchara y la llenó con un poco de sopa—. Solo unas cucharadas. Te hará bien, y al bebé también.
Celin