Al regresar al apartamento, Celina agradeció por la cena, cruzó una mirada prolongada con Gabriel y se fue a su cuarto. Allí, encerrada, dejó que las lágrimas rodaran en silencio. No sabía cómo lidiar con el cariño creciente por Gabriel y los sentimientos aún mal resueltos por Thor. Se sentía en un limbo emocional, dividida entre lo que quería olvidar y lo que necesitaba enfrentar.
Celina comprendió que la mayor batalla no era contra la rutina agotadora, sino contra el corazón que insistía en recordar lo que la razón le pedía dejar atrás.
Había pasado una semana desde que Celina comenzara su nueva doble rutina de trabajo. En la cocina del pequeño apartamento de Gabriel, preparaba el café con ligereza. Sus manos se movían ágiles entre la tetera y la tostadora. El aroma del café recién hecho llenaba el ambiente. Gabriel apareció con el cabello despeinado, frotándose los ojos y sonriendo con aquella ternura habitual.
—Buenos días, chef —dijo, sentándose a la mesa.
Celina sonrió, algo ner