Risas. Gritos. Palabras mezcladas. Y un nuevo trago de whisky. El vaso tintineando en el brindis solitario de alguien que prefería hundirse antes que enfrentar la verdad.
Celina apagó el video con un chasquido seco. El corazón le golpeaba descompasado dentro del pecho. Soltó el celular sobre el sofá y se levantó de golpe.
—¿Celi? —repitió Gabriel, acercándose a ella.
Pero ella no respondió. Caminó directo hacia el pasillo, los pasos duros sobre el piso de madera, y desapareció en su cuarto.
Gabriel quedó quieto, confundido, aún con el trapo de cocina en la mano. Miró el celular abandonado, la pantalla encendida mostrando la imagen congelada de Thor en el brindis, y entendió. Cerró los ojos, respiró hondo y regresó a la cocina sin decir nada.
Dentro del cuarto, Celina se dejó caer sobre la cama, como si todo en ella se hubiera derrumbado al mismo tiempo. El techo blanco parecía girar. Una lágrima caliente se deslizó por su sien helada.
Se sentía ridícula.
Ridícula por seguir importándo