Angélica llegó al hospital con el semblante cargado de preocupación. Pidió información en la recepción y caminó por los pasillos hasta el cuarto de Isabela. Al entrar, encontró a la joven recostada, con los ojos hinchados, el rostro pálido y la mirada perdida. El cuarto estaba en silencio, solo interrumpido por el sonido constante de los aparatos médicos.
—Buenos días, Isa… —dijo Angélica suavemente, intentando transmitir un poco de consuelo.
Isabela levantó la mirada lentamente, forzando una sonrisa débil.
—Pensé que no vendrías… —murmuró con voz temblorosa.
—Claro que vendría. Eres importante para mí.
Isabela soltó un suspiro teatral, dejando que una lágrima resbalara por su mejilla. Con una mano sobre la barriga, habló con dolor deliberadamente visible:
—No sé cómo voy a vivir sin Thor, Angélica. Yo… no puedo más. No como, no duermo. Mi corazón duele todo el tiempo… ¿Y si mi bebé siente todo esto?
Antes de que Angélica pudiera responder, la puerta del cuarto se abrió lentamente y L