La conversación en la sala fluía entre risas contenidas y comentarios que intentaban disfrazar la tensión. Antonella escuchaba a medias; su mente seguía en el encuentro con Luigi, en la cajita, en el latido nuevo que ya habitaba su vientre. Sin embargo, la sensación de calma se vio interrumpida por el timbre. Una de las empleadas se levantó y abrió la puerta.
La figura que apareció en el umbral rompió el ambiente como una piedra en un lago. Entraron cuatro hombres y una mujer: la mujer avanzó con paso decidido, con una seguridad que a Antonella le resultó inmediatamente agresiva. Fue una intuición, simple y certera —esa mujer tenía la intención de quedarse con su marido. La energía que emanaba no gustó a nadie; había algo en su sonrisa, en la manera en que miraba la casa, que dejó un frío en la piel de todas las presentes.
Antonella notó los murmullos, las miradas rápidas entre las amigas. Recordó que Kate le había contado disputas anteriores con esa mujer; sabía, por tanto, que no er