Cristian entró al despacho con las manos en los bolsillos, su sonrisa ladina iluminando la habitación.
—Ya llegó el que extrañaban —soltó, guiñando un ojo.
Arthur, Joaquín y Lisandro levantaron la mirada desde el mapa extendido sobre el escritorio, con expresiones de exasperación.
—¿Qué demonios haces aquí, Cristian? —gruñó Lisandro, cruzando los brazos.
Cristian se dejó caer en una silla, estirando las piernas como si estuviera en su casa.
—Solo quería que vieran que no soy tan inútil como creen. Fui a ver a Luz.
—¿Luz? ¿Qué tiene que ver Luz en todo esto? —Lisandro arqueó una ceja, sin perder la seriedad.
—Ah, es que mi muñequita y yo somos amigos. No te lo contaron, ¿eh? Me salvó —respondió Cristian con una sonrisa traviesa.
—¡Cómo sea! —Lisandro apretó la mandíbula—. ¿Qué información tienes?
Cristian se inclinó hacia adelante, con esa chispa en los ojos que siempre lo acompañaba.
—Luz me contó que Julián y ese bastardo de Vittorio se veían en tres lugares: una bodega cerca de un v