Annabel aprovechó de bañarse y dejó salir el agua helada, necesitaba una ducha fría después del encuentro que tuvo con su novio. Sentía que su prometido estaba diferente… más cercano, más protector, más apasionado, la miraba de manera diferente. Y aunque algo en su interior quería cuestionarlo, se negó. Se sentía diferente pero le gustaba, esa manera en que Leandro la hacía sentir como el centro del universo, la manera de mirarla, lo único que importaba era esa sensación de ser amada y cuidada.
Salió de la ducha con una bata y empezó su día.
En la cocina, la rutina le devolvía un poco de normalidad. Colocó sobre la mesa un desayuno completo: tostadas doradas, huevos revueltos, tocino crujiente y dos tazas humeantes. A una le añadió leche y azúcar. En la otra, vertió café negro con una pizca de canela, un detalle que había aprendido de su abuela.
Lissandro entró en ese momento, recién vestido, impecable en una camisa que le quedaba algo ajustada por la musculatura. Sus ojos la recorrie