El sol de la mañana se filtraba entre los edificios de Milán, tiñendo la ciudad de tonos alegres.
Anna caminaba tomada de la mano de Lissandro, sonriendo mientras él la guiaba por las calles empedradas.
Habían pasado la mañana entre tiendas, cafés y risas.
Lissandro la observaba como si cada gesto suyo valiera más que todo lo que pudieran comprar. De vez en cuando miraba alrededor y veía a los hombres de Lucien camuflados entre la multitud, cuidándolos desde las sombras, lo cual lo tenía tranquilo.
—¿Estás cansada, mi pequeña? —preguntó, besando su frente.
—Un poco… pero feliz. Es tan lindo ver la ciudad contigo —respondió ella, con esa sonrisa que él amaba más que nada.
—Perfecto, porque aún no termina el paseo —dijo él misteriosamente, apretando su mano.
—¿Qué planeas ahora, Lissandro?
—Nada complicado. Solo un cambio de paisaje.
Anna frunció el ceño, curiosa, mientras el auto negro los llevaba por las avenidas hasta el aeropuerto privado. Cuando el vehículo se detuvo frente al hang