Anna se puso el abrigo despacio, mientras revisaba la pequeña lista en su celular.
—Voy a salir un rato, Bryce —dijo desde la cocina—. Necesito comprar algunas cosas para la cena… y también quiero tomarme mi café de todas las mañanas. Me está haciendo mal tanto encierro.
El escolta, parado junto a la puerta, asintió con esa actitud neutral que siempre tenía, sin cuestionar nada.
—Como ordene, jefa —dijo con una leve inclinación de cabeza, abriendo la puerta del departamento para ella.
Anna le dedicó una pequeña sonrisa.
—Gracias por acompañarme. No será mucho.
—No hay problema —respondió él, con calma — Es mi trabajo.
Salieron juntos. El viento otoñal jugaba con las hojas secas del pasillo del edificio. En la calle, el auto esperaba. Bryce le abrió la puerta trasera con eficiencia, y Anna subió acomodando su bolso, al sentarse Bryce envió un mensaje y echó a andar el auto.
Durante los primeros minutos, todo parecía normal. El silencio cómodo, la rutina. Pero al llegar a la intersecció