El eco de los disparos ya no se escuchaba.
El silencio del refugio era tan denso que solo se oían las respiraciones rápidas y los latidos acelerados.
El espacio estaba iluminado por luces tenues empotradas en las paredes.
Había literas, mantas y cajas con comida y agua; todo estaba impecablemente ordenado, como si Lissandro hubiera preparado aquel lugar previendo cada detalle.
Anna se encontraba sentada en el suelo, rodeada por un grupo de niñas que aún temblaban.
Les hablaba con voz baja, acariciándoles el cabello, contándoles que todo estaría bien.
A su lado, Agatha se apoyó en la pared, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
Por un instante, observó cómo Anna mantenía la calma… y entonces soltó la pregunta que no podía callarse.
—¿Quiénes eran esos hombres? —dijo al fin, su tono firme—.
Preguntaron por ti, Anna. ¿Por qué te buscan a ti?
Anna levantó la vista, respirando despacio.
Sabía que tarde o temprano esa pregunta llegaría.
—Son enemigos —dijo sin rodeos—.
Quieren vengars