La cabaña estaba en silencio, apenas iluminada por la tenue luz que se filtraba por las ventanas. El abrazo que los había reunido seguía vivo, pero pronto se convirtió en un murmullo de respiraciones entrecortadas y lágrimas que ninguno intentaba ocultar. Anna alzó la mirada, buscando los ojos de Lissandro, y se encontró con un brillo distinto: no era el hombre que fingía ser, ni el gemelo usurpando un lugar. Era él, desnudo de máscaras, vulnerable.
—Anna… —susurró, acariciando la mejilla de Anna con un ternura que ni él reconocía —. No quiero seguir ocultándote nada. No después de todo lo que pasó.
Ella se quedó quieta, con el corazón latiendo rápido, pero sin apartarse de su lado.
—Lo que tengas que decirme, dímelo, Lio. Ya no hay nada peor que la mentira. Prefiero la verdad, aunque duela.
Él cerró los ojos un segundo y luego la tomó de las manos, guiándola hasta el sillón frente a la chimenea apagada. Se sentaron juntos, y Lissandro respiró profundo.
—Yo no soy como Leandro —comenz