El amanecer se filtraba en la habitación, suave y dorado.
Anna despertó entre los brazos de Lissandro, su cabeza apoyada en su pecho desnudo, el corazón de él latiendo con un ritmo tranquilo y protector.
—Hola, amor.
—Hola, pequeña, ¿dormiste bien?
—Sí —respondió ella, acurrucándose aún más entre sus brazos.
Lissandro sonrió, besándole la frente.
—Vamos a tomar desayuno, debes comer algo. Luego bajaremos a la playa, ¿te parece?
—Me encanta la idea.
Anna se levantó, se vistió con un vestido liviano y bajó a la sala.
El aroma del café recién hecho llenaba el aire.
En el sofá, con los pies sobre la mesa y una taza en la mano, estaba Cristian, luciendo relajado y con esa sonrisa de diablo encantador que siempre lo acompañaba.
—Hola, jefa —saludó, alzando la taza—. Qué gusto verte nuevamente. No te veía desde que te secuestré del matrimonio con el gemelo malvado… que ya no es tan malvado.
Anna soltó una risa ligera.
—Jajaja, tú debes ser Cristian.
—Por supuesto, la duda ofende —respondió é