Clavel y Félix se habían sumergido por completo en la noble labor de ayudar a los aparecidos a encontrar a sus familiares, dejando en un segundo plano, casi como un tema relegado, su propio problema de infertilidad. Con el tiempo, su deseo de ser padres había pasado a ser una sombra lejana, eclipsada por el fervor y el sentido de propósito que les brindaba esta nueva misión, convirtiéndose en un bálsamo para sus almas adoloridas.
Mientras tanto, María Luisa, la hermana menor, había vivido su embarazo con alegría y serenidad en la imponente hacienda de sus padres, un lugar que había elegido para encontrar la compañía y el apoyo de su familia. Durante esos meses, había aprendido a apreciar la calidez del hogar que, poco a poco, la aceptaba junto a su hermano. La intimidad y el amor de su entorno mitigaban cualquier trazo de sus antiguas inseguridades, llenando su corazón de un