En la finca Hidalgo, todo parecía más tranquilo tras el intento de secuestro, aunque las medidas de seguridad habían aumentado considerablemente. Camelia se tomaba el entrenamiento muy en serio, siguiendo las enseñanzas de su padre, quien le impartía muchas lecciones útiles. Clavel, por su parte, también participaba en las prácticas, pero en los últimos días parecía distraída, con la mirada perdida y un silencio inquietante.
—¿Qué te pasa, Clavel? —inquirió Camelia finalmente, incapaz de soportar más su preocupación—. Vamos, cuéntale a tu hermana menor qué es eso que te tiene tan apagada últimamente. Mientras hablaba suavemente cruzó un brazo por los hombros de su hermana mayor intentando aliviar la evidente carga emocional que percibía en ella. Clavel levantó la mirada triste yMarlon se sentó, confundido, intentando asimilar las palabras de la doctora Elizabeth. Ella le hablaba con un tono profesional y detallaba puntos médicos de manera técnica, pero él apenas podía procesar lo que le explicaba. Primero, una explicación académica sobre el proceso de reproducción asistida, para luego lanzarle una verdad que lo dejó helado: lo que habían robado, según los expedientes, no era su esperma, sino sus embriones… concebidos con Marcia. —Es solo una suposición que hago basada en la información que tengo frente a mí, Marlon. Necesitamos esperar los resultados de las pruebas de paternidad que mandé a hacer. También solicité el análisis de su esposa luego de notar que usted ni Ariel son asmáticos —explicó Elizabeth con calma, como buscando no alarmarlos demasiado—. Según lo que revelan estas historias clínicas, si están completas, este grupo de delincuentes pudo haberse apoderado de veinte embriones. No puedo asegurar si todos eran exclusivamente suyos, o si también
El Mayor Alfonso Sarmiento había llegado a la reserva acompañado de todos los prisioneros y de los perros que también había rescatado, los cuales descansaban echados a sus pies. Los observaba pensativo. No lograba comprender cómo conocía sus nombres ni por qué lo obedecían de manera tan inmediata y sin resistencia. ¿Cómo era eso posible? No era un experto en perros, pero algo dentro de él le decía que conocía a esos animales. Mientras los contemplaba, vio cómo levantaban sus cabezas y gruñían, alertados por unos golpecitos en la puerta. —¡Quietos! Quédense ahí —ordenó con firmeza, mientras se levantaba para atender al llamado. Salió apresuradamente, notando cómo los perros bajaban nuevamente las cabezas, obedientes. Al abrir la puerta, se encontró con los hermanos Rhys y la doctora Elizabeth, quien lo observaba con una expresión seria. —¿Pasa algo, Mayor? —preguntó ella—. Tiene usted cara de espanto. —Tiene razón la doctora Elizabeth —inte
Sonia, tras un momento de duda, mostró un leve atisbo de esperanza. Al ver que los demás asentían con aprobación, decidió confiar. Finalmente, le dijo el número, el cual Elizabeth marcó y puso en altavoz. Apenas sonaron unos tonos, una voz femenina respondió, y Sonia la reconoció de inmediato. Era su abuela. Incapaz de contenerse, Sonia comenzó a llorar y a hablar rápidamente con la mujer, quien también rompió en lágrimas al escucharla. Con voz temblorosa, la abuela le aseguró que sus padres y su hermano debían de estar ya en camino para encontrarse con ella. Los demás optaron por darle privacidad, dejando que conversara tranquilamente con su familia.Mientras tanto, se dirigieron a otra habitación, donde Marlon estaba sosteniendo en brazos a la pequeña recién nacida. La mecía con cuidado, emocionado, mientras la miraba con admiraci&
Reutilio frunció el ceño y la miró, imperturbable, con una media sonrisa cargada de ironía. —¿Y yo qué tengo que ver con eso? —respondió con aparente calma, pero con un dejo de desprecio en el tono. —¡Esos embriones Mailén dijo que eran de Ariel! El trato era claro: tú debías lograr que traicionara a Marcia, luego le dirías que tenías un hijo suyo y, asunto arreglado. Después, entre los dos, íbamos a destruirlo. ¡Pero no! Ni siquiera pudiste drogarlo y mucho menos acostarte con él. Miriala Estupiñán se movía inquieta, agitándose mientras lo escuchaba. Su ira iba en aumento. Finalmente explotó: —¡No fue mi culpa! —vociferó, llevándose las manos a la cabeza en un gesto de impotencia. —Marlon no duerme en hoteles, nunca bebe algo que
Eventualmente, el doctor Félix tomó la decisión de trasladar a los pequeños a una habitación que había acondicionado rápidamente con cunas. Por suerte, los más pequeños aún cabían en ellas sin problema alguno. Mientras tanto, el señor Rhys, conmocionado con todo lo sucedido, no perdió un solo instante en encargarse de que cada uno de ellos estuviese cómodo. Ahora su único propósito era brindarles todo el amor y cuidado que jamás había imaginado ser capaz de dar. A los dos mayores, Félix los acostó en camas separadas después de mucho batallar, ya que ninguno de los seis quería separarse; todos habían permanecido abrazados en una sola masa infantil, inseparables, hasta literalmente quedarse dormidos. Ahora estaban reunidos en esa misma habitación, escuchando atentamente el informe médico q
Mientras tanto, Marcia, que miraba la escena repleta de emociones encontradas, dio un paso al frente y tomó al pequeño que lloraba de los brazos de Ismael, quien intentaba sin éxito calmarlo. Ella lo sostuvo con cuidado, meciéndolo mientras lanzaba una mirada interrogante hacia Rhys, quien aún observaba a los demás con atención. —Papá, sobre este pequeño… no vas a creer quién lo tenía —dijo Marlon, emocionado, mientras desviaba la mirada hacia el niño que Marcia acunaba ahora entre sus brazos—. ¿Te acuerdas de Miriala Estupiñán? Sí, la dueña de esa empresa de cosméticos. El señor Rhys apretó el entrecejo con desagrado. Claro que recordaba a Miriala. Había sido una mujer insistente, persiguiendo a su hijo desde los días en que estudiaban juntos. —¿Qué hay con ella? ¿No me digas que…? —dejó la frase en suspenso, dudando de lo que estaba por escuchar. —¡Sí te digo! —exclamó Ismael, irguiéndose con firmeza antes de continuar—.
Y mientras la agitación continuaba, con todos sincronizando esfuerzos. En ese pequeño caos, el amor y la unidad dejaban en claro que, aunque la adversidad los había puesto a prueba, pero como siempre, lo estaban enfrentando juntos.—Lo hará cuando se ponga bien —les dijo su abuela con una voz cargada de ternura—. Ellos no pueden moverse de aquí. Ahora deben estar con sus padres porque están enfermos. Vamos niños, vayan con su hermano Marlon y no se separen, ¿entendido? Los pequeños asintieron obedientes, y los vieron alejarse como de costumbre: juntos, siguiendo al pequeño Marlon con pasos rápidos, como si él fuera su guía natural. Entre tanto, en la casa reinaba un ambiente de tensa espera. Todos estaban expectantes, pendientes de que el niño Reutilio despertara, pues guardaban la esperanza de que pudiera contarles dónde se en
Salen rápidamente hacia la casa de los Rhys, seguidas por varios camiones cargados con todo lo que Félix había solicitado para atender a los niños. La comitiva avanza con premura, pero justo cuando están a punto de llegar, un joven aparece de repente en el camino, haciéndoles señas desesperadas para que se detengan. Los vehículos frenan en seco, y los guardias de seguridad se acercan al muchacho, manteniéndose alertas. —Necesito hablar con Marlon Rhys, es sobre Reutilio, su hijo mayor —dice el joven con evidente nerviosismo y voz temblorosa, como si cargar con ese mensaje fuera una tarea abrumadora. Camelia, sin detenerse a preguntar más detalles, consume por la ansiedad de llegar a la casa cuanto antes, da una orden contundente: —¡Llévenlo con nosotros! Los guardias obedecen, escoltando al joven hasta uno de los vehí